Imprenta de Gutenberg

Autoedítate, tonta (ii)

Como iba diciendo en esta entrada, a mi compañero Juntaletras Blissett le preguntaron tanto como a mí por el contenido de su libro cuando los vendíamos de mano en mano por Lavapiés. Pero a mí además me pasó algo muy curioso. Cuando comentaba que aquello eran cuentos, había quien me decía que los iba a comprar para sus hijos o para sus nietos, a lo que yo respondía con una señal de alarma o de indiferencia, según el caso. A mi apocalíptico amigo eso no le ocurrió ni una sola vez. Esto viene a darle la razón a nuestro Jefe, claro: el aspecto del objeto e incluso el momento de la venta condicionan para siempre la lectura de nuestros manuscritos. Y eso nos dio a Blissett y a mí la idea definitiva. Si hay un modo de romper con el binomio forma / contenido no es, como pudo pensar alguna vez el señor César Aira, a través de la publicación de manuscritos de calidad en editoriales minúsculas. [Pausa para rascarse]. Habría sido mucho más radical que Borges hubiera publicado “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” en un fanzine y se hubiera dedicado a venderlo en okupas. Hacer un graffiti de la Familia Real à la Antonio López, rapearse el Libro de Buen Amor o hacer un tráiler rollo James Bond para una película de Bergman es robarle al mercado algo que le costará mucho más reapropiarse que si nos limitamos a poner un inodoro en un museo, por ejemplo. Es decir: el dispositivo es significado por la red de relaciones que lo definen, claro, pero un dispositivo puede agitarse con tanta violencia que al hacerlo reconfigure la red que lo rodea.

El resto del ensayo, en el blog de Ediciones Paralelo.