Cabecera Los pistoleros del eclipse

Los pistoleros del eclipse

«de la consulta como si acabase de comprar un libro y apenas pudiese aguantar las ganas de romper el envoltorio y empezar a devorarlo, aunque en realidad fue como si acabase de obtener un vale por un libro y estuviese deseando llegar a cualquier librería y adquirirlo, henchido de la sensación de novedad y atesorando la receta en una bolsa bajo el brazo y mirando a la gente que aún esperaba —gente de todas las edades colores y estados de ánimo— que esperaba, digo, para pasar a que el doctor les diese sus dosis o más bien el permiso para tomar sus dosis, ya que alguien a quien le gustan los antis —y tú sabes bien lo enormemente impreciso que resulta el verbo gustar en este caso— puede conseguirlos sin tener que someterse a los rigores del sistema médico→receta→paciente, aunque —eso es cierto— antes o después se cierra el grifo y uno descubre que los amigos (creo que me está empezando a subir) que los amigos no pueden administrarle antis de por vida (tienes razón: me está empezando a bajar) y acaba acudiendo al psiquiatra por su propio pie, repasando de camino a la consulta el guión que se ha preparado (no me apetece hacer nada, no quiero salir pero odio quedarme en casa, etc.) y sin figurarse en absoluto —al menos la primera vez— lo trivial que resulta engañar a un psiquiatra».

Los pistoleros del eclipse, si se puede decir algo sobre algo que dice algo sin decir exactamente ese algo (que no, no se puede), es una novela sobre la amistad, sobre Madrid, sobre los antidepresivos, sobre la posibilidad de contar (si es que es posible), sobre la familia y sobre la juventud.

Desde hoy, 7 de noviembre, Los pistoleros del eclipse se puede descargar gratis en PDF. Si queréis comprarlo, contactad conmigo.

 

Eso es lo que digo yo. Lo que dicen los otros:

«Pero entonces, ¿de qué va Los pistoleros del eclipse, que es el título, demorado porque no me gusta demasiado? Va de ahora, lo que no es poco. Consigue ir de ahora. Es un ahora juvenil, poliforme, confuso, irritante, festivo, marginal…. que termina por contagiar a todo, en el que dominan dos o tres polos: drogas menores (o mayores), relaciones juveniles, desorientación, insatisfacción, desprecio o, mejor, indiferencia ante los valores al uso, asimilación de culturas multiples….

Sin embargo, a medida que avanzo en la sarta de motivos me doy cuenta de que traiciono al relato, que no es eso, sino bastante más, y que como los buenos relatos solo se define cuando se lee y se acompaña al protagonista en sus exabruptos sobre Vodafone-Sol, sus paseos por la escalera de servicio del Corte Inglés, sus diálogos con el diario, o en la deliciosa narración de la disputa entre el ciempiés y el caracol, pongo por caso». Han ganado los malos (Pablo Jauralde Pou)

«Hablamos sin duda, del extrañamiento que produce la narración de un grupo de jóvenes que quieren de alguna manera manifestar que las cosas nacen distinto y que dicha variación sucede desde uno mismo. Este fenómeno se siente en origen, a medida que avanza la lectura entendemos que existe una única voz, disidente y a veces oscura y triste y sin embargo sincera, que se confunde con los ecos de una amistad indisoluble porque forma parte de uno mismo. Podríamos decir incluso, que el libro es una conversación, una buena conversación, un ”de tú a tú”, que el lector puede reconocerse y también perderse. Juega con una combinación de lugares que se reproducen y crecen o simplemente, no existen y ecos vertebrados que darán lugar a verdaderos ”momentos” que pasarán a formar parte de una auténtica mitología de lo extraño que es el hecho cotidiano, así como intenciones camufladas en la historia del hombre que vive en el otro lado de la montaña o retratos como el de la italiana». Una de Cisnes y Flamencos (Andrea Toribio)

«Este libro, un a modo de relato largo o novela breve -qué más dará- es, sobre todo, un retrato: el retrato de jóvenes en un mundo hostil y cruento que no entiende de sus inquietudes, de sus añoranzas, de sus amores y placeres, de sus desvaríos, sus frustraciones, esperanzas, de sus anhelos y sueños y utopías. Acaso porque viven, vivimos, en un mundo que no entiende, ni quiere, ni va a entender, de inquietudes ni de añoranzas ni de amores ni de placeres ni de desvaríos, ni mucho menos, de utopías de otros mundos posibles. Jóvenes a los que les llaman antisistema, cuando lo que quieren no es romper el sistema sino transformarlo porque el que existe les ignora, les ningunea o les desprecia». Si no lo leo no lo creo (Javier Gimeno)

«Pero más allá de todo esto, Los pistoleros del eclipse es una historia de una amistad (o de algo más) estrambótica sólo concebible en nuestro siglo, o más bien de la decadencia y los motivos que precipitaron dicha decadencia de esa amistad entre el autor-protagonista y Gonzalo Ruiz Suárez, que también es escritor en la vida real y pertenece al mismo grupo literario según he podido investigar después. Los avatares de esta relación en la que parecen medias naranjas y el sentimiento del cruce de unos límites que nunca debieron cruzarse precipita en cierto modo esta caída en el rechazo de G hacía M y se convierte en el motor central de la novela, que intenta darle forma, desafiando a los mismos desafíos formales a los que el escritor recurre». La esquina de ese círculo (Borja Buzón; 27 de noviembre de 2015)

Y aquí el inventor del término «Los pistoleros del eclipse» amenaza con partirme las piernas

废墟 cabecera

廢墟

Un hombre despierta en una habitación. El comienzo es kafkiano pero el desarrollo es simplemente una esquizofrenia ordenada. En concreto, ordenada por el símbolo «·». Desentrañar el significado de ese símbolo es una de las pruebas a las que se enfrenta el hombre. Un disparo lo despierta de su ensueño: más allá de la ventana, unos militares fusilan a unos campesinos. Cuando va a levantarse, algo tira de su muñeca: es una vía que lo ata a una percha de la que cuelga una bolsa de suero en la que se leen unas letras indescifrables para el hombre.

Qué es lo que ocurre, quiénes son esos campesinos y esos militares, por qué el hombre está atado a una bolsa de suero y, lo esencial, por qué no recuerda nada son incógnitas que el lector / protagonista deberá descifrar. Como autor que ya no soy, lo único que puedo prometer es que hay una respuesta. Al menos una.

Aquí el primer capítulo.

Cosas vivas

Cuatro jóvenes españoles (uno de ellos, el narrador, de origen argelino) viajan un verano hasta el sur de Francia para ganar algo de dinero en la vendimia, pero finalmente, después de una serie de peripecias tan patéticas como divertidas, acaban empleándose como temporeros en una de esas empresas biotecnológicas que explotan desde hace décadas el mundo agrario y que, según ciertas teorías, acabarán por arruinarlo del todo.
Alta y Baja Cultura, Bolaño y el punk, filosofía y terror, crítica social sin maniqueísmos… Un sinfín de sonidos y conceptos resuenan en estas páginas unas veces apocalípticas (como en Soylent Green, aquella película de ciencia ficción de Richard Fleischer y Charlton Heston) y otras falsamente ingenuas. Una combinación tan poderosa como arriesgada que, sin embargo, logra hacer visible la amenaza que ocultan algunas capas de la realidad.
(Publicado por Editorial Periférica).