mariposa

territorio

Su cuerpo es un territorio

Las primeras veces supe perderme por las calles céntricas, marearme y volver al mismo punto, sortear las avenidas, encontrar alguna cosa, esto ya lo he visto, yo he pasado por aquí antes. Pasa el tiempo y esa sensación desaparece, su cuerpo deviene mapa y –a pesar de que aún hay zonas borrosas o inexistentes– ya sé recorrer los largos bulevares de sus piernas o la breve vaguada de su ombligo. Existe el riesgo de acostumbrarse, de delegar la sorpresa, y a veces ambos visitamos otros cuerpos sin coordenadas para volver una vez más al hogar del mapa conocido. Si un día cruzamos una esquina y no vemos la mariposa dibujada en la pared, si pasamos por un callejón sin dedicarle a la imagen del cangrejo la mirada número diez mil uno saltan las alarmas: significa que ya es hora de engañar a la sorpresa, de inaugurar de nuevo los parques y los miradores.

Con todo, su cuerpo cambia, y a veces -cosa rara- el mapa tarda más en cambiar que el territorio, hay que perseguir el síntoma, mantenerse abierto a la fractura, ¿esto ya lo he visto antes?, perderse en el asombro, qué cosa inconmensurable el cuerpo del otro, no sé si es la primera vez que doy con esta plaza o si esta farola estaba aquí ayer, seguir la pista, ¿habrá cambiado algo mientras yo no estaba?, rastrear la propia ausencia, preguntarse ¿es este cuerpo un valle, una ciudad, un desierto?